corpo Amelia Campino

De la línea obstinada

Ricardo Loebell

En Amelia Campino los trazos sobre la superficie arrastran líneas estriadas de una caligrafía dibujada que toma contacto con la esencia del papel. En el Oriente se originaría dicha esencia de una nube, cuya garúa estimula el crecimiento del arbusto con la que posteriormente se elabora el papiro.

Las líneas se obstinan naciendo de ínfimos puntos trazados en una sucesión continua. Éstas poblan superficies generando cuerpos en espacios determinados y contenidos por ellas. Así nace la hifología de un cuerpo casi vivo e inasible. La tinta absorbida nos muestra en cada obra un cuerpo rasguñado, frotado y cosquilleado. La raya siendo tersa, ligera o insegura, apunta siempre a una fuerza, una dirección; que hace elegible el impulso y su excedente. En palabras de Roland Barthes sobre la obra de Cy Twombly, la raya es una acción visible e inimitable. Aquello que es inimitable es finalmente, el cuerpo.

Cada una de las obras de Amelia Campino retrotrae la mirada hacia la corteza de su origen, muestra el rasguño sobre la húmeda piel vegetal desollada. Las fisuras en el soporte de carácter cutáneo estructuran una gramática del tipo de una partitura, cuyo ritmo en cada trazo permite asociar el espacio con la obra de Iannis Xenakis, compositor, matemático y arquitecto que crea a partir de la musicalidad de fenómenos masivos naturales, una obra organizada por las mismas leyes aplicadas a la composición musical.

Cada línea es una lucha rítmica con el tiempo. Ésta desafía el contratiempo y surca hasta el deslinde del horizonte infinito del papel. En esa entrega se consagra la artista en una gráfica ofrenda remontándose al origen del arte. Esto nos sitúa en la analogía de juegos semánticos cuyo principio será que todo texto, tejido, tela o papel, en tanto que cuerpo, nos muestra un arado de cicatrices. Recuerdo a Severo Sarduy cuando establece a lo largo de su obra, relaciones de semejanza entre escribir, cifrar, tatuar y pintar, hasta homologarlos.

Así como versa el mito en que todo par de rectas paralelas se cortarían en un punto impropio, en el haz de líneas de la artista, semejante a un coro de voces, que se inicia para reconstruir el silencio, se experimenta el despliegue que anhela encontrarse en el infinito.

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